Los tres lobitos y el Cochino feroz

O, como ya inicié en su día: “Desmontando un clásico II”. Esta vez, y de una manera directa y sin titubeos, el propio título ya explicita a qué cuento va a dar la vuelta.

Todos conocemos el clásico, presente en nuestras vidas, de “Los tres cerditos“. Cerdos con miedo al lobo, miedo en sus vidas, protegiéndose, preparándose para el ataque del lobo. Un mensaje de “más vale que no te fíes y que te protejas porque el día más inesperado pueden atacarte hasta en tu propia casa”. Esto sí que es terror…

Y, bueno, no es cuestión de ser imprudentes, pero creo que tampoco podemos vivir continuamente con miedo en cada paso que damos en nuestra vida. Y de eso trata el cuento que os traigo hoy. Tres lobitos salen al mundo exterior a recorrer el mundo animados por su madre. Una vez fuera, construyen su vivienda con ladrillos y, nada, comienzan a disfrutar de su independencia jugando al cróquet en el jardín. En ese momento, llega el Cochino feroz y tira la casa abajo soplando y soplando… Así que los lobitos deciden construir una casa más resistente. Y es aquí cuando empieza una sátira llevada a una extrema exageración en la que los lobitos, al final, construyen su vivienda con “barras de hierro, placas blindadas, mucho alambre, pesados candados, plexiglás y unas cadenas de acero reforzado”, todo donado por un rinoceronte “generoso y de buen corazón”. Y, aún así, el Cochino feroz tira la casa abajo dinamitándola.

Los lobitos desesperados ya no saben qué hacer hasta que, al final, rendidos, deciden construir una casa de flores que se mece con el aire de lo frágil que es. Cuando el Cochino feroz aparece, pretende tirarla abajo soplando pero, cuando inspira para tomar aire, inhala el perfume de todas las flores y… el aroma le relaja el alma… se convierte en un cerdo bonachón y se queda a vivir con los lobitos…

Lo dicho, la antítesis del clásico y una idea de calma y confianza en los demás. “The Three Little Wolves and the Big Bad Pig”, lo escribió Eugene Trivizas y lo ilustró Helen Oxenbury en 1993. En 1994, lo tradujo al castellano y al catalán Ediciones Ekaré.

No es bueno educar en el miedo, y menos en este mundo en el que vivimos, que los ánimos ya están bastante crispados y el miedo es la pólvora que alimenta la explosión. Hasta la semana que viene.

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