Cuando pasa el tiempo, el dolor por la muerte de un ser querido, empieza a ser soportable en lo cotidiano. Puedes empezar a recordar a esa persona tal como era, las anécdotas, sus manías, cómo te hacía reír, cómo aprendiste de él… Le añoras igualmente, e incluso más, pero puedes empezar a hablar de él sin que el dolor te lo impida.
Tejón, es mayor y sabe que pronto morirá. Una noche, meciéndose en su mecedora, se duerme y, finalmente, muere. Al día siguiente, sus amigos, reunidos en la entrada de su madriguera, se enteran de la lamentable noticia.
El invierno empieza y el frío y la nieve obligan a los animales a refugiarse y a pasar una larga temporada ocultos y en soledad, en intimidad. Y es con la llegada de la primavera, porque el tiempo ha curado algo las heridas, cuando pueden volver a juntarse y recordar todo aquello que habían vivido con Tejón; agradacerle todo aquello que les dio. Con el calor, la luz y la fusión de lás últimas nieves, de manera metafórica, también lo hace la tristeza permitiendo a los animales retomar sus vidas con un grato recuerdo de Tejón.
Con dibujos clásicos y estéticos, “Badger’s parting gifts”, lo escribió e ilustró Susan Varley en 1984 y en 2017 lo tradujo al castellano Juan Ramón Azaola para la editorial Los Cuatro Azules.
Y, bueno, mi particular agradecimiento a una persona que me cuidó toda su vida, me hizo reír (y de qué manera) y hoy hace un año que no veo: mi padre. Gracias, papá…
Hasta la semana que viene.